13.4.08

POR UNA NUEVA VICTORIA POPULAR EN PARAGUAY

Por Manuel E. Yepe

La relación de victorias electorales logradas en la última década por líderes progresistas en América Latina pudiera extenderse a Paraguay en las elecciones presidenciales del 20 de abril.
Los tiempos en que la escena política latinoamericana estaba dominada por "democracias representativas" actuadas por partidos electorales al servicio de las oligarquías, con apuntalamiento militar asesorado por el Pentágono estadounidense, cambiaron luego del triunfo de la revolución cubana.

Vino la época en que el imperio y las oligarquías, preocupados por el auge insurreccional independentista, recurrieran a dictaduras militares para dar protección a los mismos intereses que antes defendían con suaves disfraces de "democracia representativa".

Cuando la violencia represiva y sus repercusiones en términos de resistencia y estallidos sociales se hicieron un estorbo para la estrategia de globalización neoliberal hecha política planetaria del imperio, se juzgó necesario regresar a la democracia representativa para disponer de un escenario propicio para los nuevos planes de dominación y absorción.

Se consideraron capaces de mantener su dominio mediante el viejo modelo sustentado en partidos políticos regidos por las leyes del mercado y el principio de que gana y manda quien tiene más dinero.

Solo que los partidos testaferros de oligarcas han demostrado estar tan desacreditados como los cuarteles represores y las viejas maquinarias electorales no han podido ejercer sus anteriores funciones.

En Venezuela, el comandante Hugo Chávez Frías, quien había fracasado en un levantamiento armado en 1992 contra uno de los gobiernos de la IV República, ensayó una inédita estrategia política proselitista sustentada en un programa de audaces proyecciones sociales que, contra todos los pronósticos, le propició la elección presidencial en diciembre de 1998.

El triunfo electoral de Hugo Chávez y su proyecto bolivariano, despertaron esperanzas reiteradamente pospuestas que marcaron el inicio de una nueva revolución pacífica de las izquierdas y de otras fuerzas populares y progresistas en Latinoamérica y el Caribe.

Así comenzaron a sucederse victorias de candidatos sin el respaldado de las clásicas maquinarias políticas representantes de las oligarquías ni el de las embajadas estadounidenses en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Panamá, Chile, Haití, Nicaragua, Ecuador, Honduras, Guatemala… y todo parece indicar que algo así podría suceder próximamente en Paraguay.

En algunos países, como Perú y México, aspirantes populares cuyas candidaturas lograron niveles de apoyo ciudadano que, en condiciones de limpia consulta democrática les habrían propiciado la presidencia de sus países, fueron despojados de ellas con maniobras en las que los enormes recursos financieros del imperio lograron posponer la asunción del poder por dirigentes progresistas.

Lo novedoso está en el hecho de que estas victorias populares de la última década hayan sido en procesos electorales clásicos, fieles a los mecanismos y métodos que las oligarquías criollas habían modelado durante muchos años con vistas a la perpetuación de su dominación. Los pueblos han logrado imponer su unidad para llevar al poder a sus líderes, no obstante los enormes recursos movilizados en su contra por Washington y las oligarquías criollas.

Aunque no debe suponerse que a todos los líderes llevados al poder por los pueblos a despecho de la voluntad de las oligarquías y el imperio están inspirados por idénticos propósitos y, mucho menos, que sus triunfos forman parte de un proyecto común para hacer avanzar la historia en beneficio popular, subrayo la novedosa circunstancia de que no hayan sido como antaño las Embajadas estadounidenses y los conciliábulos oligárquicos los que elijan a los gobernantes en varios países de Latinoamérica y el Caribe.

Lo que si es común es que a los dirigentes de los movimientos populares devenidos presidentes de sus naciones les inspire la idea de rescatar la soberanía para sus pueblos.

Les amenazan grandes peligros, tanto internos como desde el exterior, incluidas las amenazas, tentaciones y trampas que ponen a prueba continuamente la firmeza de sus ideales y la fidelidad a sus pueblos, así como los riesgos de ser traicionados por algunos de sus seguidores, seducidos por la ambición o vencidos por el miedo.

La incorporación de Paraguay al listado de "oscuros rincones del mundo" discrepantes del imperio, fortalece las esperanzas y estimula a los pueblos de nuestra América.

El candidato favorito en todas las encuestas es el ex obispo Fernando Lugo, de 55 años de edad, líder de la Alianza Patriótica para el Cambio, cuya victoria pondría fin a 60 años consecutivos en el poder de la Agrupación Nacional Republicana (partido colorado).

Lugo ha basado su campaña en la elevación de la autoestima popular y la defensa de la soberanía nacional.

Eje fundamental es también la recuperación de la soberanía hidroeléctrica mediante la geoestratégica renegociación del tratado con Brasil que en 1973 dio lugar a la explotación compartida de la enorme represa de Itaipú, y del contrato con Argentina que ampara la binacional represa de Yacyreta.

Otras complejidades regionales, como la de la "triple frontera" (con Brasil y Argentina) donde inciden estratégicos objetivos militares y económicos de Estados Unidos, evidencian que la eventual victoria de Lugo pondría a prueba la efectividad de las fuerzas progresistas latinoamericanas en el manejo de contradicciones de este carácter desde el poder.

Los peligros para Lugo no provienen solo de aquellos intereses que se afectarían por la recuperación de la soberanía hidroeléctrica; ni de quienes a lo largo de 60 años han amasado sus fortunas a la sombra de gobiernos del partido colorado, ni de los que resultarían perjudicados por su reforma agraria.

Recientemente, el ex general con antecedentes golpistas Lino Oviedo denunció planes para asesinar a Lugo para culparle a él y dejar el camino libre a la candidata oficialista, Blanca Ovelar.

Lugo asegura que su gobierno será "para los más pobres, los más excluidos y los más necesitados del país" y enarbola una bandera de independencia, honestidad administrativa, cambio y regeneración, una plataforma política que no se escuchaba de un candidato presidencial con posibilidades de triunfo en Latinoamérica hace algunos años.

Abril de 2008

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