valla publicitaria usada por la derecha en El Salvador para aterrorizar a los votantes en las elecciones del 2004,
nos preguntamos: ¿NO es en El Salvador un crimen los miles y miles de compatriotas que son obligados a abandonar nuestro pais, a arriesgar a peder su vida en el camino al norte, a abandonar su familia, y a verse obligados a realizar peligrosos trabajos en los Estados Unidos para poder mandar dolares a sus familiares que quedan en el desamparo en nuestro pais?
A continuacion reproducimos un articulo muy apropiado a la situacion que vivimos estos dias en nuestro pais, donde los grupos de derecha y sus bufones andan para arriba y para abajo cacareando diciendo que el mayor peligro para nuestro querido El Salvador es "el populismo". A farsantes, la hora se les acerca de rendir cuentas al pueblo!
Izote News
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Por Manuel E. Yepe
La manipulación de los términos es uno de los métodos del modelo informativo estadounidense a que más sistemáticamente y con mayor efectividad recurre la propaganda corporativa para promover su hegemonía y dominación.
Se conoce que no más de diez megacorporaciones poseen y controlan los grandes medios de información de Estados Unidos, además del negocio del entretenimiento y la cultura de masas, que abarca el mundo editorial, el de la música, el cine, la producción y distribución de programas de televisión, salas de teatro, Internet y complejos recreativos tipo Disneyworld, no sólo en su país sino similarmente en buena parte de América Latina y el resto del mundo.
Este vasto emporio está bajo el control y es parte de la élite del poder que constituye el verdadero gobierno de los Estados Unidos.
Con tal volumen de medios propagandísticos al imperio le resulta factible imponer modas y maneras a la información y la publicidad, a escala global.
Vocablos como libertad, democracia, derechos humanos, y tantos otros son aplicados con deliberada reiteración hasta identificarlos con su ordenamiento político, económico y social, con fuerte carga de connotaciones laudatorias.
Sobre algunos de estos términos asumen la posición de árbitros y custodios, reservándose la facultad de calificar, respecto a ellos, a cualquier ordenamiento ajeno y así reprobar a los que difieran del modelo que conviene a su política exterior.
Mediante la insistencia mediática en el uso de los calificativos, acuñan términos peyorativos como tiranos, dictadores, terroristas y extremistas para aplicarlos contra dirigentes políticos inconvenientes, hostiles a la hegemonía estadounidense.
Tan alto es el grado de penetración que han llegado a lograr con su abrumadora propaganda mediante la imposición de términos acuñados al efecto, que no es extraño encontrar en cualquier país de América Latina a personas sencillas que digan con mucha convicción: Fidel Castro será un dictador, pero yo estoy de acuerdo con todo lo que él dice y hace. (Una tonada colombiana que se popularizó por todo el continente en los años 60 del pasado siglo dice: "si las cosas de Fidel son cosas de comunista, que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él").
Recuerdo que, antes de triunfar la revolución cubana en enero de 1959, era tanta la propaganda anticomunista inyectada en este país caribeño que en una publicación clandestina algún revolucionario escribió en cierta ocasión algo así como: "…Nos acusan de ser comunistas y no es verdad… comunistas son ellos, los batistianos y los yanquis". Los medios habían dotado al término "comunismo" de tal connotación de los peores epítetos que era innecesario reiterarlos.
El término democracia ha sido probablemente el más injuriado por su apócrifo uso a lo largo de la historia. En la Grecia antigua surgió como calificativo de un sistema de gobierno ejercido por el pueblo, pese a que el ordenamiento político que calificaba estaba diseñado para satisfacer los intereses de la clase dominante y era excluyente de una buena parte de los integrantes de aquella sociedad.
Pero jamás en la historia otro imperio había abusado de manera tan pertinaz de su uso para la inyección de valores aparentes a su autoestima nacional y para proyectarse desdeñosamente sobre las demás naciones, como el gobierno estadounidense actual.
Hay términos prácticamente excluidos del lenguaje mediático que manipula la gran prensa al referirse a las motivaciones de los movimientos populares. Sobresalen por su ausencia los que se identifican con aspiraciones nacionales como independencia, autodeterminación, patriotismo y soberanía, así como otros que reflejan aspiraciones sociales populares como lucha de clases, igualdad, revolución, rebeldía y muchas más.
En cambio, han retomado el término populismo, que se identificó en las ciencias sociales a mediados del pasado siglo como calificativo de las políticas "inflacionarias", "irresponsables" y "aventureras" de los presidentes Getulio Vargas, de Brasil, y Juan Domingo Perón, de Argentina, argumentando que para lograr el apoyo popular de que disfrutaban incurrían en concesiones sociales incompatibles con las sutilezas de la economía y las finanzas.
Lo refieren ahora a gobernantes populares como el venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. Y lo insinúan puntualmente para calificar a los demás líderes independentistas, como para llamarles al orden cuando actúan en forma que amenaza intereses de los explotadores.
Cuando se habla de derechos humanos, limitan el término a los derechos civiles e ignoran los derechos sociales, tan humanos como aquellos: laborales, económicos, alimentarios, educativos, a la salud…
Desafían la lógica y la semántica cuando manipulan en sus lemas palabras de significado contradictorio con la orientación política de sus objetivos, como transición, cambio, y hasta revolución.
En Cuba, han pretendido desplegar una campaña usando el término cambio con un sentido contrarrevolucionario, obviando el hecho de que la revolución cubana ha sido y sigue siendo la fuente de inspiración de los cambios actuales en Latinoamérica.
También contra Cuba, definen como "disidentes", "dirigentes de la oposición", "periodistas o bibliotecarios independientes", "activistas por los derechos humanos" y otros similares a quienes reclutan y pagan en la isla para servir sus fines subversivos.
Un caso extremo de manipulación es el uso del término popular para designar al partido de la derecha española que tiene como dirigente "popular" nada menos que al bochornoso instrumento de la superpotencia que es José María Aznar.
Se hace el juego al imperio cuando se le concede derecho de propiedad sobre ciertos términos de los que se ha apropiado o pretende apropiar para describir, identificar o nombrar eventos que no son exclusivos de su orden social como son sociedad civil, desarrollo humano y otros que los pueblos deben utilizar en beneficio propio.
La manipulación de los términos por la propaganda corporativa con el propósito de predisponer a los pueblos para el consumo de sus mensajes deformadores, no debe subestimarse.
La manipulación de los términos es uno de los métodos del modelo informativo estadounidense a que más sistemáticamente y con mayor efectividad recurre la propaganda corporativa para promover su hegemonía y dominación.
Se conoce que no más de diez megacorporaciones poseen y controlan los grandes medios de información de Estados Unidos, además del negocio del entretenimiento y la cultura de masas, que abarca el mundo editorial, el de la música, el cine, la producción y distribución de programas de televisión, salas de teatro, Internet y complejos recreativos tipo Disneyworld, no sólo en su país sino similarmente en buena parte de América Latina y el resto del mundo.
Este vasto emporio está bajo el control y es parte de la élite del poder que constituye el verdadero gobierno de los Estados Unidos.
Con tal volumen de medios propagandísticos al imperio le resulta factible imponer modas y maneras a la información y la publicidad, a escala global.
Vocablos como libertad, democracia, derechos humanos, y tantos otros son aplicados con deliberada reiteración hasta identificarlos con su ordenamiento político, económico y social, con fuerte carga de connotaciones laudatorias.
Sobre algunos de estos términos asumen la posición de árbitros y custodios, reservándose la facultad de calificar, respecto a ellos, a cualquier ordenamiento ajeno y así reprobar a los que difieran del modelo que conviene a su política exterior.
Mediante la insistencia mediática en el uso de los calificativos, acuñan términos peyorativos como tiranos, dictadores, terroristas y extremistas para aplicarlos contra dirigentes políticos inconvenientes, hostiles a la hegemonía estadounidense.
Tan alto es el grado de penetración que han llegado a lograr con su abrumadora propaganda mediante la imposición de términos acuñados al efecto, que no es extraño encontrar en cualquier país de América Latina a personas sencillas que digan con mucha convicción: Fidel Castro será un dictador, pero yo estoy de acuerdo con todo lo que él dice y hace. (Una tonada colombiana que se popularizó por todo el continente en los años 60 del pasado siglo dice: "si las cosas de Fidel son cosas de comunista, que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él").
Recuerdo que, antes de triunfar la revolución cubana en enero de 1959, era tanta la propaganda anticomunista inyectada en este país caribeño que en una publicación clandestina algún revolucionario escribió en cierta ocasión algo así como: "…Nos acusan de ser comunistas y no es verdad… comunistas son ellos, los batistianos y los yanquis". Los medios habían dotado al término "comunismo" de tal connotación de los peores epítetos que era innecesario reiterarlos.
El término democracia ha sido probablemente el más injuriado por su apócrifo uso a lo largo de la historia. En la Grecia antigua surgió como calificativo de un sistema de gobierno ejercido por el pueblo, pese a que el ordenamiento político que calificaba estaba diseñado para satisfacer los intereses de la clase dominante y era excluyente de una buena parte de los integrantes de aquella sociedad.
Pero jamás en la historia otro imperio había abusado de manera tan pertinaz de su uso para la inyección de valores aparentes a su autoestima nacional y para proyectarse desdeñosamente sobre las demás naciones, como el gobierno estadounidense actual.
Hay términos prácticamente excluidos del lenguaje mediático que manipula la gran prensa al referirse a las motivaciones de los movimientos populares. Sobresalen por su ausencia los que se identifican con aspiraciones nacionales como independencia, autodeterminación, patriotismo y soberanía, así como otros que reflejan aspiraciones sociales populares como lucha de clases, igualdad, revolución, rebeldía y muchas más.
En cambio, han retomado el término populismo, que se identificó en las ciencias sociales a mediados del pasado siglo como calificativo de las políticas "inflacionarias", "irresponsables" y "aventureras" de los presidentes Getulio Vargas, de Brasil, y Juan Domingo Perón, de Argentina, argumentando que para lograr el apoyo popular de que disfrutaban incurrían en concesiones sociales incompatibles con las sutilezas de la economía y las finanzas.
Lo refieren ahora a gobernantes populares como el venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. Y lo insinúan puntualmente para calificar a los demás líderes independentistas, como para llamarles al orden cuando actúan en forma que amenaza intereses de los explotadores.
Cuando se habla de derechos humanos, limitan el término a los derechos civiles e ignoran los derechos sociales, tan humanos como aquellos: laborales, económicos, alimentarios, educativos, a la salud…
Desafían la lógica y la semántica cuando manipulan en sus lemas palabras de significado contradictorio con la orientación política de sus objetivos, como transición, cambio, y hasta revolución.
En Cuba, han pretendido desplegar una campaña usando el término cambio con un sentido contrarrevolucionario, obviando el hecho de que la revolución cubana ha sido y sigue siendo la fuente de inspiración de los cambios actuales en Latinoamérica.
También contra Cuba, definen como "disidentes", "dirigentes de la oposición", "periodistas o bibliotecarios independientes", "activistas por los derechos humanos" y otros similares a quienes reclutan y pagan en la isla para servir sus fines subversivos.
Un caso extremo de manipulación es el uso del término popular para designar al partido de la derecha española que tiene como dirigente "popular" nada menos que al bochornoso instrumento de la superpotencia que es José María Aznar.
Se hace el juego al imperio cuando se le concede derecho de propiedad sobre ciertos términos de los que se ha apropiado o pretende apropiar para describir, identificar o nombrar eventos que no son exclusivos de su orden social como son sociedad civil, desarrollo humano y otros que los pueblos deben utilizar en beneficio propio.
La manipulación de los términos por la propaganda corporativa con el propósito de predisponer a los pueblos para el consumo de sus mensajes deformadores, no debe subestimarse.
Positive sufficient, an ultrasound showed that I had inflammation inside the ovary
ResponderEliminararea, but nothing in my abdomen expected immediate care.
Damage can also occur to unique organs which include the brain, kidney, or lung, when deep needling is accomplished
in those places.
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