12.6.07

EL DERECHO HUMANO AL AGUA

Por Manuel E. Yepe *

Cuando jugaba de niño con pistolas de agua no podía sospechar que a aquel inocente proyectil alguna vez correspondería un lugar tan señalado como el que hoy tiene en el dilema humano de la guerra o la paz.

En nuestro planeta se está gestando, casi pudiera decirse que se está librando ya, una sigilosa guerra por el agua.
Durante el último siglo la población mundial se ha triplicado, mientras que el consumo de agua se ha sextuplicado.

Aunque el tema de la escasez del agua, su contaminación y su distribución desigual es un problema de todos, afecta más a la población pobre del mundo.
Hoy, los niños de los países desarrollados consumen entre 20 y 30 veces más cantidad de agua que los niños de los países más pobres.
Se calcula que unos mil millones de personas no disponen de agua potable en tanto dos mil quinientos millones no la tienen en las cantidades y condiciones mínimas adecuadas. Casi todas ellas viven en América Latina, África y Asia, aunque también existen vastos sectores de menesterosos en los países más desarrollados a quienes alcanza esta carencia.


Si el agua es escasa, la producción de alimentos también lo es y, de tal forma, ello no solo afecta a las actuales generaciones sino que amenaza a la supervivencia de las futuras. La disponibilidad de agua potable repercute directamente en la calidad de vida de la población, fundamentalmente por sus derivaciones en los problemas de la higiene y la alimentación. Entre 10,000 y 20,000 niños mueren en el mundo cada día a consecuencia de enfermedades que pudieran evitarse, derivadas de la falta o insuficiencia del agua potable. Cada 15 segundos muere una niña o un niño por diarrea ocasionada por el consumo de agua infectada.
Alrededor del 40 % de la alimentación mundial depende de la agricultura de regadío, que consume más del 66% del agua que gasta la humanidad. Como no existen alternativas para esta ecuación, cualquier incremento del gasto de agua para fines que no sean los de la alimentación, repercute negativamente, de manera directa, en la calidad de la vida humana a escala global.

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Población, dentro de un cuarto de siglo, una de cada tres personas en la Tierra carecerá de agua o tendrá una cantidad insuficiente. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha advertido que, de no tomarse las medidas apropiadas, mil ochocientos millones de personas vivirán dentro de 20 años en países o regiones con escasez absoluta de agua; más de dos tercios de la población mundial carecerán de acceso suficiente al agua.
Y, a la escasez de agua, hay que sumar el problema de su contaminación que, según algunas fuentes especializadas, cobrará no menos de 76 millones de vidas humanas en los próximos 15 años.
La FAO ha advertido acerca de los efectos contaminantes de los plaguicidas y los fertilizantes utilizados en la agricultura que dañan las reservas de agua, tanto la de superficie, como la almacenada por la naturaleza en el manto freático, es decir aquellas que se acumulan bajo la tierra, almacenadas en los poros que existen en sedimentos como la arena y la grava, y en las fisuras que se encuentran en rocas.
El manto freático o subterráneo guarda el 97 por ciento de todas las reservas mundiales de agua dulce -excluyendo la contenida en los casquetes polares. De esta agua subterránea, dependen no menos de 1,500 millones de habitantes en todo el mundo para su abastecimiento de agua potable, por lo que resulta un recurso fundamental, tanto para la vida humana como para el desarrollo económico.
Aproximadamente el 80 por ciento de la contaminación del medio marino se origina por actividades humanas en tierra, como el vertimiento de aguas residuales y desechos industriales no tratados adecuadamente, y la construcción de infraestructura costera, además de los efectos derivados de las actividades agrícolas, el desarrollo industrial, la urbanización, el turismo y otras actividades humanas.

Pero no todos los habitantes del planeta enfrentan tan triste presente ni, quizás, tan cruel destino. En la ciudad de Las Vegas, situada en medio del gran desierto de Nevada, en los Estados Unidos de América, se fabrican cada mes cinco mil residencias con piscinas y verdísimos céspedes generosamente regados con agua transportada desde cualquier lejana fuente.
En el Sur del estado de la Florida, donde en los últimos tiempos se ha enseñoreado una gran sequía y se teme que el agua de mar contamine irremediablemente el manto freático en algunos condados, el consumo histórico promedio de agua es de 170 galones por persona, muy por encima de los 100 galones per cápita en todo el país, cifra que, a su vez, es 15 veces superior a la media de los países eufemísticamente llamados en "vías de desarrollo" del Sur del continente.
La escasez y mala calidad del agua ponen en peligro la salud, el bienestar social y económico, la seguridad alimenticia y la diversidad biológica. La escasez de agua podría llegar a ser además, en el futuro, la limitación más importante para asegurar una agricultura sostenible.
Estas realidades son expresión de lo extravagante, injusto e insostenible que puede ser el orden capitalista y el proclamado "modo de vida americano" pero muestran también lo alejada que está la humanidad de entender el grave peligro que le depara el uso irracional del agua a escala mundial.
El director general de la UNESCO, Kiochiro Matsuura, ha sido categórico a este respecto: "De todas las crisis a las que nos enfrentamos los seres humanos, la de los recursos hídricos es la que más afecta a nuestra supervivencia y la del planeta. En los próximos veinte años el abastecimiento de agua disminuirá un tercio en el mundo".

La crisis del agua es parte esencial de la crisis ambiental, económica y social a que nos conduce el modelo de desarrollo que se ha impuesto a la humanidad con la globalización neoliberal.
Por eso ya los sectores más avisados de nuestros pueblos del Sur, y también muchos luchadores sociales del Norte, hablan de que hay que exigir, o mejor, hay que imponer, el derecho humano al agua.

*Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana.

Junio de 2007

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